Cuando las Instituciones son subvertidas en sus funciones
esenciales generan la anarquía institucional, la cual representa, como mensaje
a la comunidad, que todo está permitido. Este tipo de situaciones se fogonea
con discursos altisonantes, perentorios y autoritarios, creando un clima de
desconfianza totalmente nocivo para la convivencia pacífica que toda sociedad
que se precie como tal se merece.
Como es habitual, comienzo con las definiciones de los
conceptos señalados para evitar confusiones t/o desfiguraciones, tan comunes
por estos días por parte de algunos medios de prensa, tanto oficiales como
privados, enfrascados en una pelea de poder y de economía que, las pruebas me
eximen de una explicación, nunca contemplan a la ciudadanía.
Instituciones
El término instituciones corresponde al plural de la palabra
institución, en tanto, la palabra institución presenta diversas referencias. En
su sentido más amplio, una institución resulta ser la fundación o
establecimiento de algo, o bien, lo que se ha instituido y fundado. Se aplica
por lo general a las normas de conducta y costumbres consideradas importantes
para una sociedad, como las particulares organizaciones formales de gobierno y
servicio público. Como estructuras y mecanismos de orden social en la especie
humana.
Las instituciones trascienden las voluntades individuales al
identificarse con la imposición de un propósito en teoría considerado como un
bien social, es decir: normal para un grupo, que puede ser reducido o coincidir
con una sociedad entera.
Anarquía
Anarquía es un concepto que procede de la lengua griega y
que hace mención a la ausencia de poder público. Ante una situación
de este tipo, el Estado se encuentra muy debilitado y ya no puede ejercer el
monopolio del uso de la fuerza.
La anarquía, por lo tanto, surge cuando un gobierno no logra
aplicar la ley sobre su territorio por
un desorden político, un conflicto institucional o una crisis social. Muchas veces los
ciudadanos incluso desconocen el poder del gobierno en cuestión, lo que lleva
al caos. Por eso la noción de anarquía también se usa en el lenguaje
cotidiano como sinónimo
de barullo, descontrol o desconcierto.
¿Cuál es el mensaje que recibimos día a
día?
Los gobernantes de turno, en estos últimos años y
acompañados por otros sectores públicos como lo son las organizaciones
gremiales laborales y empresarias, han avasallado las Instituciones de una u
otra manera. Esto no sólo es patrimonio del gobierno nacional sino también de
los gobiernos provinciales y locales.
Otra respuesta a la pregunta es que escuchamos como, con
total desparpajo o naturalidad (sinónimos que lo definen claramente), nos “comunican”
(en realidad se comportan como cronistas de lujo: nos cuentan lo que pasó como
si ellos estuvieran ajenos a la responsabilidad que dijeron asumir), lo que ha
pasado sin siquiera emitir una sola palabra que conlleve un atisbo, al menos,
de la solución que todos esperamos y merecemos.
Ese enorme caudal de información que, machaconamente y
sistemáticamente, se empeñan en insertar en la sociedad, termina causando
confusión y desconcierto en todos, aún en aquellos que, de una u otra manera,
han logrado formarse para poder analizar y comprender de que se trata.
Al mencionar el avasallamiento de las Instituciones me
refiero a esa “ausencia” de ámbitos de debate donde poder resolver los
problemas o conflictos que surgen en toda comunidad y que, tal como señala la
definición de Instituciones: a las normas de conducta y costumbres
consideradas importantes para una sociedad… y …trascienden las voluntades
individuales al identificarse con la imposición de un propósito en teoría
considerado como un bien social.
Este cúmulo de situaciones complejas y enmarañadas por
discursos destemplados, y con una alta carga de inexactitudes (mentiras
verdaderas) - de uno y otro lado -, alteran hasta los mejores intentos de
convivencia.
Esto también tiene un estricto correlato con la actitud
general de “desentenderse” de lo que, sabemos, es el bien común.
Esto último ocurre a pesar de las muchas experiencias, a
nivel nacional, que permiten reconocer un cambio de conducta en los “responsables”
de la cosa pública. Es así porque el temor de la clase dirigente, ante la expresión popular masiva, es notorio y con un efecto muy fuerte sobre
esas conductas.
Por lo tanto, se hace necesario un cambio en la manera de “gestionar”
y “comunicar” los distintos acontecimientos, públicos y privados. De otra
forma, sin cambiar nada de lo que se viene haciendo – tanto desde la dirigencia
como del Pueblo –, estamos ante un mal desenlace anunciado y que, también
sabemos todos, no nos hace bien a ninguno.
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