Memoria Histórica en el cambio generacional
Es uno de los elementos que no se tienen en cuenta cuando se evalúa el comportamiento y la actitud, más que la aptitud, de los jóvenes en su relación laboral. El mensaje que trasmiten, directa e indirectamente, está totalmente relacionado con los hechos vividos por sus padres y sus abuelos.
En Argentina, hasta una década atrás se hablaba de empresarios ricos con empresas pobres o quebradas. Las consecuencias de esas decisiones empresarias, aún cuando en algunas de ellas se han corregido parcialmente y fue y es otra la relación con los empleados, tienen una fuerte impronta en la valoración de los jóvenes.
A esto hay que agregarle un marcado déficit en la formación y su notoria distancia con las necesidades actuales, lo cual conlleva a generar serias barreras a la hora de buscar trabajo ya que los avances tecnológicos imponen requerimientos que muy pocos logran con mucho esfuerzo y con escasas propuestas educativas, especialmente desde el Estado. Cabe mencionar que, en nuestra región, este último aspecto ha tenido parches gubernamentales y un cierto apoyo de algunas empresas.
Si el conocimiento general de los jóvenes, en busca de su primer trabajo, no alcanza con el nivel secundario, ni con el terciario y que aún con título universitario, además de capacitación en temas actitudinales, muy poco puede esperarse a la hora de plantear como objetivo un sentido de compromiso para con la empresa. También debe agregarse que, en muchos casos, el sueldo percibido no alcanza o cubre con limitaciones las necesidades básicas para formar una familia, sin mencionar a quienes deben aceptar un empleo “en negro” a sabiendas de que implica no tener protección ni expectativas de alguna cobertura cuando alcancen la edad del retiro o, como ocurre, sean descartados por ingresar en la generación de los ’40 o de los ‘50.
Hoy y desde hace una década, se agrega el contradictorio mensaje de que se “premia”, de alguna manera, a quienes no trabajan por sobre y casi desdeñando a los que lo hacen. Incluso castigándolos con impuestos retrógrados que, a nivel empresas, obligan a rechazar la posibilidad de realizar horas extras en determinados momentos pues conllevan un alto descuento por “ganancias”.
Hasta aquí el relato de lo que todos conocemos y el mensaje combinado de la memoria histórica con las vivencias actuales.
¿Qué se puede hacer para revertir esta situación?
¿Quiénes deben tener un rol protagónico para desarrollar acciones concretas?
¿Quiénes deben asumir los costos que implica?
¿Qué señales y mensajes deben brindarse para comenzar a modificar esta realidad?
Claramente deben darse pasos concretos en el ámbito educativo.
El Estado Nacional y los Estados Provinciales en primera instancia y con la mayor responsabilidad, además de requerir acompañamiento de las empresas privadas en el desarrollo del proceso: por ejemplo con pasantías y/o aportes en material y equipos de última tecnología.
La Sociedad en su conjunto, a través de las acciones mencionadas en el párrafo anterior, solventadas con el pago de los impuestos pero también con un seguimiento adecuado del destino de sus aportes.
La mejor señal que se debe y se requiere percibir es la ausencia de corrupción, no sólo en la utilización de las partidas correspondientes sino también en las comunicación adecuada y absolutamente cierta.
Seguramente se puede disentir con esta manera de ver la realidad. Sería interesante que ese disenso se base y esté fundado en datos concretos y no en dibujos convenientes para una supuesta gestión que, como ocurre desde tanos períodos gubernamentales, se repiten sin que nadie los cuestione desde los otros dos poderes en que debe estar sustentada la República, tal como marca nuestra Constitución.
Como siempre, espero comentarios.